"El día que se torea crece más la barba. Es el miedo. Sencillamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corrida se pasa tanto miedo, que todo el organismo está conmovido por una vibración intensísima, capaz de activar las funciones fisiológicas, hasta el punto de provocar esta anomalía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los toreros han podido comprobar de manera terminante: los días de toros la barba crece más deprisa", escribía Manuel Chaves Nogales en Juan Belmonte, matador de toros.
El Museo Naigai, en Tokio (Japón) dispone de la colección de calcetines más grande del mundo: ! 20.000 pares!.
A veces pienso que la prueba más fehaciente de que existe vida inteligente en el universo es que nadie ha intentado contactar con nosotros.
Bill Watterson
Bill Watterson
Inventos del lenguaje cotidiano :
Cómic. El esplendor, la edad de oro del tebeo coincidió con los años 60. Elevado entonces a la categoría de Noveno Arte, la palabra tebeo se antojó poco digna para referirse a tanta excelencia y el tebeo, según el diccionario "Clave", es "un cómic para niños". Ya en los años 70, la contestación alumbró el término "comix" para referirse a los "underground", con frecuencia editados en "fanzines".
En olor de multitud. Esta locución, cuya forma correcta es "en loor de multitud" -"loor" es un sustantivo derivado del verbo loar (alabar)-, fue merecedora de uno de los primeros dardos de Fernando Lázaro Carreter en 1975. Se trata de una degeneración de "en olor de santidad", un hallazgo debido a Santa Teresa de Jesús, que consta en todas las antologías del disparate. "Ha resultado del fenómeno llamado etimología popular, por el cual se modifica un vocablo incomprensible en todo o en parte, aproximándolo a otro parecido con el que no tiene ningún parentesco genético".
En pelotas. Fernando Lázaro Carreter señala en uno de sus "dardos" que esta expresión, que tiene su origen en el siglo XVI en singular y referida a quedar a cuerpo, "es heredera de la alocución medieval 'en pellote', con la que se aludía al vestido casero". Es decir, a la ropa de andar por casa. Curiosamente, cuando pasó a formar parte del lenguaje popular fue a significar todo lo contrario: estar desnudo. Probablemente lo hizo en alusión a las más íntimas formas -masculinas y femeninas- que cubre la ropa. Lo que está claro es que de aquel "en pelotas" de hace ya varias décadas deriva el actual "en bolas".
"Haiga". No por ser uno de los grandes barbarismos de nuestro idioma deja de ser menos curiosa la etimología de esta palabra (huelga decir que no incluida en el Diccionario). A diferencia de lo que se cree, no se trata de la fonetización del nombre del modelo de ninguno de aquellos lujosos descapotables que trajeron a España los americanos destacados en las primeras bases que abrieron en nuestro país. En opinión de los expertos, obedeció a los deseos mal expresados de ciertos nuevos ricos que por aquellos años pudieron permitirse un coche grande. Su capacidad económica no guardaba relación con su práctica lingüística, lo que, al ir a comprarlo,
es llevaba a solicitar "el coche más grande que haiga".
Michelín. Aunque son pocos los que actualmente asocian esta palabra a la conocida marca de neumáticos francesa, lo cierto es que el muñeco publicitario de la casa -formado por varias ruedas-, inspiró el nombre por el que hoy conocemos los pliegues adiposos que se acumulan indiscretamente en ciertas partes del cuerpo.
Rebeca. Aunque actualmente el diccionario de la Academia recoge la voz "rebeca" para referirse a la "chaquetilla femenina de punto sin cuello", la misma etimología de la palabra, de la que se da noticia en su correspondiente entrada -"título de una película de Alfred Hitchcock"- es la mejor constatación de que en un principio, cuando su uso se generaliza a raíz del estreno de la cinta (1940), las chaquetillas femeninas eran eso, chaquetillas. A las hembras del rebeco -un mamífero rumiante también conocido por "gamuza"- se les llamaba rebeco hembra.
es llevaba a solicitar "el coche más grande que haiga".
Michelín. Aunque son pocos los que actualmente asocian esta palabra a la conocida marca de neumáticos francesa, lo cierto es que el muñeco publicitario de la casa -formado por varias ruedas-, inspiró el nombre por el que hoy conocemos los pliegues adiposos que se acumulan indiscretamente en ciertas partes del cuerpo.
Rebeca. Aunque actualmente el diccionario de la Academia recoge la voz "rebeca" para referirse a la "chaquetilla femenina de punto sin cuello", la misma etimología de la palabra, de la que se da noticia en su correspondiente entrada -"título de una película de Alfred Hitchcock"- es la mejor constatación de que en un principio, cuando su uso se generaliza a raíz del estreno de la cinta (1940), las chaquetillas femeninas eran eso, chaquetillas. A las hembras del rebeco -un mamífero rumiante también conocido por "gamuza"- se les llamaba rebeco hembra.
Con frecuencia, las historias más gloriosas han sido teñidas por los miserables trazos de la infamia y la traición. En 150 a.C., Viriato consiguió escapar de una encerrona perpetrada por Galba, pretor de la provincia Ulterior hispana. En la emboscada murió casi todo el pueblo lusitano. No obstante, algunos consiguieron sortear peligros para, tres años más tarde, confiar al indomable guerrero el caudillaje de su tribu. Desde ese momento se desató una auténtica pesadilla sobre las tropas romanas acantonadas en la península Ibérica. Fueron ocho años en los que los guerrilleros derrotaron una y otra vez a las legiones hasta que, finalmente, el Senado romano aceptó el poder de su oponente nombrándole "amicus populi romani". Al poco se rompieron los acuerdos y se encomendó al general Cepión que acabara con él. El "magister militum" resolvió el asunto sobornando a tres oficiales del líder tribal. Como ya sabemos, estos hombres cumplieron con su horrible traición, más Cepión no quiso, según una leyenda apócrifa, ejecutar su parte del trato espetando "Roma no paga traidores". Sea como fuere, la potencia latina reprobó al ambicioso militar la manera de acabar con su enemigo y Viriato pasó a la Historia con honores propios de un carismático rey.
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