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Todos son nombres –verídicos- de grupos de punk.


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A mediados de febrero de 1990, 22 años después de su lanzamiento, la Voyager I había recorrido 6400 millones de kilómetros desde su salida de la Tierra. Allí, en el lugar más recóndito del sistema solar, recibió la orden de girarse y enfocar su cámara hacia la Tierra. El resultado: 0.12 pixels azulados suspendidos en el vacío. El gran Carl Sagan (científico al que le dio popularidad la serie COSMOS) describiría mejor que nadie esta histórica imagen:

Ahí está. Ese es nuestro hogar. Somos nosotros. Ahí están todos aquellos a los que amas, todos aquellos a los que conoces, todos aquellos de los que te hayan hablado alguna vez, todos y cada uno de los seres humanos que han existido, que han vivido. La mezcla de nuestra felicidad y de nuestro sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas, todos los cazadores y todos los recolectores, todos los héroes y todos los cobardes, todos los creadores y todos los destructores, todos los reyes y todos los plebeyos, todas las parejas jóvenes enamoradas, todos los padres y madres, niños ilusionados, inventores y exploradores, todos los ejemplos de moral, todos los políticos corruptos, todas las superestrellas, todos los líderes supremos, todos los santos y todos los pecadores de la Historia de nuestra especie han vivido ahí: en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

Precisamente de este mismo autor me leí un libro póstumo suyo en el que su viuda –científica como él- recopila unos discursos que Carl Sagan declamó en una universidad inglesa y el principal tema era la relación entre ciencia y religión. Resumiendo mucho, dicho autor demostraba cómo la ciencia ha ido cambiando la apreciación que tenemos de la importancia del hombre y del planeta Tierra hasta el punto de que suenan ridículos argumentos de las principales religiones que desde el primer momento hacían del ser humano y de nuestro planeta el centro de todo. El libro es espléndido y me congratula que mucho de lo que él explica sobre las contradicciones de los dogmas religiosos o del mismo concepto de Dios han sido citados por mi en este blog: desde la contradicción entre un Dios a la vez bueno y omnipotente (¿cómo entonces puede permitir tanto dolor de tantos inocentes?) a la inexplicable poca precisión de los escritos religiosos en teoría inspirados por un ser Todopoderoso pasando por la inconsciente e infantil atribución de cualidades humanas a Dios o la inaudita creencia de que está continuamente ocupándose de todo lo que pasa en nuestra vida.

Con todo, lo que más me llamó la atención de su punto de vista científico es que visionando el universo como lo que es, algo infinito o casi infinito lleno de galaxias, estrellas, planetas y con 15 mil millones de años de antigüedad nosotros nos creamos tan importantes cuando existimos en un minúsculo planeta de un pequeño sistema solar que ni siquiera está en el centro de nuestra galaxia sino más bien en el extrarradio y que como mucho tenemos como raza una historia no superior a un millón de años; es decir que aparecimos en el mundo en los últimos minutos del día 31 de diciembre si el mundo se hubiera iniciado el 1 de enero.

Es muy dura esta metáfora pero los seres humanos somos como las ranas de un charco: apenas hemos podido explorar un medio diferente pues nos hemos conseguido mover unos pocos metros fuera de nuestro ecosistema, de hecho somos conscientes de que hay otros charcos porque algunos de nosotros los han visitado pero apenas podemos imaginar que existen lagos, mares e incluso océanos. Tan lejos de nosotros y teniendo que atravesar medios tan hostiles que apenas tenemos la esperanza científica de conocer a otras ranas de otros lugares y que esperamos estén habitados por seres tan inteligentes como nosotros y sepan comunicarse pues su lejanía hace casi imposible un viaje físico. Y a pesar de ser absolutamente conscientes de nuestra nimiedad en el universo y de nuestra extrema ignorancia nos consideramos elegidos por Dios incluso para que nos mande a su propio hijo para que le matemos.

¿De verdad si existiera Dios daría tanta importancia a una charca llena de ignorantes ranas cuya inmensa mayoría durante toda su historia ha achacado a él todo lo que le era incomprensible? Si la religión católica o la musulmana o la de los Testigos de Jehová fueran verdaderas e inspiradas por Dios existirían desde siempre y no hubieran dejado sin auxilio espiritual a cientos de generaciones de humanos pero es evidente han envejecido mal pues la ciencia nos muestra que ni el ser humano ni el planeta Tierra tienen tanta importancia. Es más, si mañana nos autodestruimos en una guerra nuclear, ¿qué sentido tendremos como reyes de la Creación? Es por eso que la Cienciología está creciendo tan espectacularmente y estoy convencido surgirán nuevas sectas (para mi secta y religión es lo mismo) con nuevos mitos que resulten más atractivos al hombre moderno.

Soy pesimista y creo -como pensaba Freud- que todos desde pequeños estamos acostumbrados a un padre que lo sabe todo y de adultos nos encontramos desamparados al saber que eso no es cierto y cambiamos esa imagen y la solemos identificar con Dios, un Dios que dicen producto de la fe pero que nunca se aparece de forma hindú a alguien criado en Polonia o en forma de Virgen católica a un niño del Yemen, un Dios al que hemos inventado nosotros y al que atribuimos nuestra existencia y preocupación por nosotros. Un mito como el de Zeus o Thor y que, como ya hicieron otros en la Historia, seguimos usando para justificar nuestra intolerancia –ya que por supuesto nuestro Dios es el mejor y nuestra religión la única verdadera- pero que disfrazamos de superioridad moral cuando nada hay más ético que ser buena persona sin esperar ninguna recompensa como hacemos los ateos que somos buenos.

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